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Las heridas siguen abiertas para las madres de abril en Nicaragua

Virginia Meza recuerda la última vez que vio a su hijo en la sala de emergencia del hospital Vivian Pellas de Managua, pero cuando trata de repetir sus palabras antes de morir, se vuelve incontenible el dolor acumulado y un estallido de lágrimas con gemidos amargos hace imposible continuar con la entrevista, cinco minutos después de haber iniciado. 

Virginia había llegado desde Jinotega, a 142 kilómetros al norte de Managua, el propio 19 de julio del 2018 cuando los sandinistas celebraban el 39 aniversario de la revolución, por lo que fue difícil encontrar transporte ese día. 

A su hijo Jamensson Meza lo habían herido en la pierna el 17 de julio en Monimbó durante la operación limpieza, una operación conjunta de la Policía Nacional y grupos paramilitares para desmantelar las manifestaciones en casi todo el país. Al joven de 21 años no lo habían podido evacuar ni atender por el asedio que sufrían los opositores y solo un día después pudo ser hospitalizado.



Jameson Meza, siendo jinotegano, había llegado en 2016 a Managua para estudiar y graduarse prepararse como chef de cocina, aunque era cruzrojista desde los 12 años y deseaba estudiar Medicina, “pero yo no tenía la posibilidad de darle eso”, dice su madre. 

Cuando estalló la rebelión cívica el 18 de abril de 2018, por las reformas al sistema de seguridad social, participó en las protestas de la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), pero con el aumento de la represión de policías y paramilitares se unió a las brigadas de apoyo al barrio Monimbó, en el municipio de Masaya, a 26 kilómetros de la capital Managua.  

Virginia ha sido madre soltera recuerda que encontró a su hijo consiente, pero estaba recibiendo respiración artificial, logró hablar con él antes que muriera el 21 de julio. 

Karen Castillo, sicóloga que atiende a un grupo de madres en el departamento de Jinotega, considera que las mujeres enlutadas por la represión del régimen Ortega-Murillo, conocidas como Madres de Abril, no han superado su etapa de duelo, aunque han pasado entre uno y dos años desde que perdieron a sus seres queridos. 

Al contar sus historias hay un choque emocional. Para las madres que perdieron a sus hijos en las protestas contra el gobierno de Ortega, el dolor no termina, sigue fresco como si fuera ayer, explica la sicóloga. 

La madre de todos los muchachos 

Mayra Blandón le mataron a su hijo Bryan Odonell Picado Blandón, de 21 años, el 24 de julio de 2018, en el barrio Sandino del municipio de Jinotega, durante un operativo de la Policía y paramilitares para desmantelar los bloqueos de calles y carreteras hechas como protesta contra el régimen.



Bryan Odonell Picado era un destacado futbolista jinotegano que trabajaba en una panadería y estudiaba los sábados en el colegio Benjamín Zeledón de su municipio. 

Mayra desde 2018 vive del comercio informal, sale lejos de la ciudad a vender ropa en un carretón. Ha trabajado desde niña vendiendo en las calles, pero antes de las protestas de abril tenía un tramo en el mercado donde vendía carne asada y tiras de plátano fritos, pero dos semanas después de haber enterrado a su hijo, la Alcaldía de Jinotega la expulsó por “tranquera”. 

“Toda mi vida he sido liberal y me ha gustado la democracia, yo soy tapuda y digo lo que siento. Soy una persona recta. Todo el tiempo me ha gustado la libertadreitera. 

Por eso apoyaba a los manifestantes, incluyendo a su hijo. Les preparaba la comida los jóvenes de los bloqueos o tranques. “Yo me sentía feliz con ellos”, expresa. 

El 24 de julio, el día que mataron a Bryan, participó en una cacerolada en la madrugada y no regresó a su casa. Yo a mi hijo lo vi a las tres de la mañana, le di café, y a las cuatro fue la última balacera y fue donde salieron los paramilitares, a las seis de la mañana me avisaron que estaba muerto. 

La madre dice tener pruebas de quienes fueron los asesinos de su hijo y de Leyting Chavarría (16) y Benito Rodríguez (34), quienes murieron también el mismo día, posee evidencias a través de los recursos recolectados por un periodista jinotegano, pero que hasta que no se reestablezca la democracia en Nicaragua no emprenderá una denuncia. 

María clama por justicia, pero también espera que el país supere esta crisis: “Yo me sentiría tranquila que los niños sean libres en las calles Yo sé que vamos a ser libres un día.” 

Su niño Abraham 

Juana Pastora Jarquín, de 37 años, llora cuando recuerda a Abraham, su primer hijo, “era una niña cuando lo tuve, a los 17, y me lo matan”, afirma con sollozos. 

El muchacho tenía 18 años y era bajito, tenía un aspecto infantil, por eso siempre su madre se refiere a él como su niño.



El 8 de junio de 2018en otro de los cientos de actos de violencia estatal organizados por el régimen, Abraham fue asesinado por policías y paramilitares en el barrio Carlos Rizo de la ciudad de Jinotega. Recibió un disparo en el pulmón. 

A las 11 de la noche, monseñor Carlos Herrera, obispo de Jinotega, recuperó el cuerpo de Abraham, lo envolvió en una colcha y lo trasladó en la tina de una camioneta: El padre compró el ataúd…. A las dos y media llegaron a la casa 

El día de la vela, hubo asedio policial y disparos, lo que afectó la salud de Juana Pastora y la de Martha González, la abuelita de Abraham, quien padece de alta presión arterial 

En los días posteriores al entierro de Abraham, tres policías se apostaban en el corredor y otros tres en el patio de su casaEso causaba temor a la familia, pensaban que les iban a quemar la casa. 

Martha aconsejaba a su hija de no confiarse, porque cuando la gente es malapuede hacer lo que sea para destruir a las personas 

La familia de Abraham nunca ha puesto una denuncia en la Policía, ¿qué denuncia vamos a hacer si ellos mismos mataron a mi hijo?, sostiene. 

Jóvenes eran la esperanza de sus madres 

Abraham había aprendido a reparar motos y con su primer pago le compró una gaseosa y una cuajada a su mamá, mientras que Byron cuando regresaba de la panadería siempre le llevaba pan a la suya. 

Solo cosas bellas mataron, dice Mayra Blandón, al referirse a los jóvenes asesinados durante las protestas. 

Para las madres, sus hijos jóvenes eran como promesas para una vida mejorpues la mayoría son mujeres económicamente pobres, expresa Blandón. 

Jameson Meza era cruzrojista voluntario, deseaba sacar a su madre adelante ya que lo había criado sola, muchas veces trabajando como doméstica. 

Abraham soñaba con ser futbolista profesional y le gustaba tocar la guitarra, para ayudarle a su mamá Juana Jarquín que es vendedora de ropa ambulante. 

Juana Jarquín se reanima cuando recuerda que su hijo hizo un acto de valentía al manifestarse contra lo que le parecía injusto, aunque fue asesinado. Ahora está embarazada de otro varoncito, quien constituye una esperanza y motivación para ella. 

Dice JuanaEspero que la muerte de los muchachos no sea en vano, que haya paz y tranquilidad, que cuando ya mi niño sea grande ya sea diferente todo. Mi niño se sacrificó, que la libertad que el no pudo tener en Nicaragua, la tenga su hermano y su hermanita. 

Trauma permanece 

La sicóloga Castillo considera que muchas madres no han tenido el tiempo y las oportunidades para trabajar el trauma de manera clínica, lo que considera necesario porque la pérdida inesperada y violenta de un hijo requiere de mucho apoyo terapéutico. 

Considera que el asedio político que viven las madres día a día no ha permitido manejar estas tragedias, porque ellas no pueden movilizarse libremente para encontrar apoyo. 

A veces también incide que las madres estén ocupadas trabajando y no se toman el tiempo para sanar como es el caso de Virginia, la mamá de Jameson. 

Para Castillo muchas madres de abril que atiende han expresado que “estarían en paz si se hiciera justicia, que el mundo sepa lo que pasó, que echen presos a los responsables, eso sería suficiente. 

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